Todos los retos que afrontará Scaloni (y también Messi) cuando llegue junio
Habló
Lionel Messi
y habló
Gonzalo Higuaín
. Lo hicieron para cerrar otra semana confusa y llena de desvaríos de la selección nacional. Al hablar señalaron direcciones opuestas en cuanto a sus decisiones, pero hubo un lazo que conectó sus declaraciones: el desgaste emocional y la acumulación de frustraciones que les produce no concretar sus propios anhelos y no poder cumplir con eso que los argentinos sienten como un “derecho”: ser campeones del mundo.
La rabia desafiante de Messi resulta tan entendible como la liberación en forma de renuncia de Higuaín, y de algún modo ambas exponen lo que implica en estos tiempos ser jugador o entrenador de nuestra selección, un proyecto que parece estar siempre en obras, que repite prueba sobre prueba, pero sin las cuatro o cinco certezas previas que puedan otorgarle validez a esos mismos experimentos.
No tenía dudas de que Messi iba a estar presente en la
Copa América
. Para un jugador tan obsesivo con la competencia, se trata de otra oportunidad para cumplir un sueño, ni más ni menos que en Brasil. Por eso sigue viniendo a jugar, siendo consciente de todo lo que él también se juega.
Ahora bien, después de ver los encuentros ante Venezuela y Marruecos cabe preguntarse qué posibilidades reales tienen Messi y sus compañeros de cortar el larguísimo período sin éxitos que atraviesa la Argentina, aun sabiendo que en las competencias cortas puede darse que la casualidad o la suerte ocupen un lugar destacado y se llegue a un objetivo sin que un equipo haya encontrado nada destacable en el camino.
No me parece medida para un futbolista verlo jugar 20 minutos. A la hora de ser seleccionado, el futbolista debe sentir que existe cierta contención y cierta lógica de continuidad en cuanto a su rendimiento para poder expresar lo que sabe. Lo que se aprecia, en cambio, es que se tiran los jugadores a la marchanta, poniéndolos y sacándolos sin estructura, sin base, sin ideas. Si eso es dramático para cualquier equipo de fútbol, mucho más lo es para uno que tiene muchas urgencias y muy poco tiempo para entrenar.
Las preguntas que nos hacemos siempre
Cuando llegue la Copa América, Messi volverá a encontrarse con este panorama y volveremos a hacernos las preguntas de siempre: ¿cómo hacemos para ofrecerle un equipo que aproveche sus condiciones excepcionales? ¿Quién puede ser su socio? Para responderlas habría que retroceder un paso.
Tanto para el entrenador como para los propios compañeros, un jugador debe ser eso y no un ídolo.
En el caso de un técnico, saber dirigir a un crack sin entregarse a él es una materia por aprobar durante su período de aprendizaje. No se prepara un equipo para complacer a alguien, sino para jugar al fútbol de verdad, basándose en que las virtudes de cada futbolista coincidan con el rol que quiera darle el entrenador. Si se coloca a alguien por encima del resto, la cosa no funciona.
Los compañeros a su vez también deben asumir sus responsabilidades. Es lógica la admiración, pero no se puede tratar a un par como a una divinidad. Jugué con Maradona y alguna vez dije que nadie me había devuelto una pared como él, pero adentro de la cancha tenía autonomía para tomar mis propias decisiones. Ahí sos vos. La capacidad, el atrevimiento y el coraje para resolver son tuyos, no podés delegarlos en otro. Cada uno aporta su cuota para que el equipo funcione mejor. Si todos hacen lo mínimo y dejan que sea otro quien asuma las responsabilidades, todos aportan menos de lo que corresponde y el equipo se desequilibra.
Incorporar estos conceptos tal vez ayude a responder la otra cuestión. En el fútbol, las sociedades surgen de manera intuitiva. Siempre ha sido así. No me imagino a Bertoni pasándole cien veces la pelota a Bochini cuando no correspondía para aprender a tirar paredes. No se trata entonces de dársela siempre a Messi para tratar de establecer la deseada complicidad. La espontaneidad sigue siendo un componente vital del fútbol y la mejor receta para que se dé es sentirse cómodo para jugar con naturalidad. También le cabe al entrenador descubrir la química entre dos jugadores para fomentar esas uniones sin forzarlas.
A todos estos retos deberá enfrentarse
Lionel Scaloni
en junio (cambiar de técnico ahora sería un nuevo despropósito). Su papel no es sencillo. Se sabe “en observación” y estos últimos partidos lo pusieron más cerca de la puerta de salida. Su misión, en todo caso, será definir con toda claridad, absoluta libertad y sin injerencia de nadie, cuál es su idea y luego armar con todo lo que tenga a disposición el equipo que más pueda rendir de acuerdo con su propuesta y filosofía futbolística. Ese será su mejor aporte a la causa, pase lo que pase al regreso de Brasil.
Porque más allá de que hoy parezca improbable que Scaloni sea el técnico en las eliminatorias a Qatar 2022, podría darse el hipotético caso de que la Argentina conquistase la Copa América y entonces se abrirían nuevos interrogantes. En nuestra concepción de quemar etapas sólo movidos por la desesperación de ganar algo sería surrealista echar a un técnico unos minutos más tarde de lograrlo. En todo caso, también sería muy ilustrativo de lo que somos como país en cualquier orden de nuestras vidas.