Por
Jorge Castro
Analista Internacional
La tasa de inflación en China cayó 0,3% anual en julio, lo que ocurrió por primera vez en más de dos años, y la causa fundamental de esta caída fue la disminución experimentada por los precios de la carne porcina y de las hortalizas en este periodo.
Así, el precio de la carne de cerdo se derrumbó 26% anual (18,8 puntos porcentuales más que en junio), en tanto que el de las hortalizas frescas disminuyó 1,5%, lo que significa 11 puntos porcentuales menos que el alza de 18.8% registrado el mes anterior.
Esto implica que si se deducen los precios de los alimentos y de la energía – inflación subyacente o IPC/core -, el nivel general de precios aumentó 0,8% anual en julio, con un ritmo de incremento de 0,4 puntos porcentuales comparados con los del mes anterior.
Hay que agregar que todos los precios no alimentarios, ante todo los del sector turismo/servicios (la República Popular está en pleno periodo de vacaciones de verano), se elevaron 13,1% anual en julio de este año, lo que implica una suba de 6,7 puntos porcentuales comparados con los del mes anterior.
A su vez, si se fija la atención en los términos mensuales, en realidad el IPC de la República Popular trepó 0,2% anual en julio de 2023, lo que equivale a afirmar que en la demanda doméstica china hay una continua, aunque extremadamente débil, recuperación.
Esto coincide con una profunda desaceleración de la economía china, que tras un auge de 3,5% anual en los primeros tres meses del año se expandió sólo 0,8% en el segundo trimestre de 2023.
De ahí la suposición de que la economía de la República Popular, la segunda del mundo (US$19,6 billones/19% del PBI global) se habría sumergido en una etapa deflacionaria, semejante incluso – se dijo – a la de Japón en las décadas del ’80 y del ’90.
La consecuencia de una aseveración semejante era verdaderamente negativa para la economía mundial, porque implicaba que China se aprestaba a perder su capacidad de arrastre de la economía global (35% del total en 2023), y esto equivalía a hundir en la recesión al sistema en su conjunto.
Todo intento de comparar lo que ha sucedido con China en julio de este año con las dos décadas de depresión y de deflación de Japón en los ’80 y los ’90, es un ejercicio de imaginación, o de fantasía, ajeno en absoluto a la realidad de las cosas.
La característica principal de una autentica deflación es que produce una destrucción sistemática de la estructura de precios y, por consiguiente, una reducción equivalente de la oferta de dinero (M2).
El M2 abarca tanto el circulante como los depósitos a la vista; y en la República Popular el M2 trepó 113% anual a fines de junio (US$39,9 billones), según el Banco del Pueblo de Beijing.
Lo que está ocurriendo en China es, en síntesis, una combinación de alza en doble digito de la oferta de dinero (M2), mientras que el IPC/core sigue elevándose; y de todo esto se deduce que la disminución del IPC de julio (-0.3% anual) no es en modo alguno un fenómeno deflacionario, sino que tiene un carácter provisorio que lo más probable es que desaparezca en el segundo semestre año, quizá en los próximos 2/3 meses.
La economía china está afectada por una débil demanda interna, debido a la insuficiente recuperación del consumo individual en la etapa post-pandemia, sumada a una notable caída del comercio internacional en el que las exportaciones disminuyeron 14,5% anual en julio, que es el resultado de una situación de virtual recesión en la economía global, ante todo en EE.UU. y Europa.
A esto hay que agregarle una agudización extrema del conflicto geopolítico entre China y EE.UU., que ha ingresado en una etapa de exacerbación altamente riesgosa, que ha provocado una fractura en las cadenas globales de valor que tiende a disminuir estructuralmente el alza de la economía mundial.
La última manifestación de esta hostilidad exacerbada del gobierno norteamericano del presidente Joe Biden ha sido prohibir inversiones estadounidenses en todos los principales sectores de alta tecnología de la República Popular, lo que significa acentuar la ruptura – esta es la intención de la administración demócrata – entre las dos mayores economías del mundo, que a su vez son las dos superpotencias del actual sistema global.
Lo que es seguro es que la superpotencia emergente, que es China, que se encuentra enfrentada a una desaceleración de su economía por razones estructurales, no experimenta en modo alguno una situación deflacionaria.
Tiene otras limitaciones, y otros aspectos altamente vulnerables frente a la presión norteamericana, pero entre ellos no se encuentra el hundimiento en un proceso deflacionario.
El requisito fundamental de la política internacional es la búsqueda sistemática por los protagonistas de la lucidez, y China hoy, de acuerdo a lo que ha sucedido en el mes de julio, no se encuentra en una reedición de lo sucedido con la esclerótica economía de Japón altamente depresiva y deflacionaria de la década del ’80 y ’90.
Las últimas palabras de Goethe en su lecho de muerte fueron: “luz, siempre más luz”.