sábado, 27 julio, 2024
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Osvaldo Soriano, el escritor amante de los gatos que elegía la noche y las supersticiones para crear sus obras

Best seller con sus siete novelas, varias llevadas al cine, el periodista y escritor apasionado hincha de San Lorenzo, fue un gran estudioso y amante de los gatos. No llegó a publicar un ensayo que tenía planeado, pero sí les dedicó extraordinarios textos. “Los gatos son sus personajes favoritos, los más queridos”, dice su biógrafo, Ángel Berlanga.

Mariana Mactas

El celebre escritor argentino Osvaldo Soriano fue jugador de futbol y era amante de los gatos. Sus textos reflejan sus pasiones. (Foto: ANSA VIA REUTERS)

El celebre escritor argentino Osvaldo Soriano fue jugador de futbol y era amante de los gatos. Sus textos reflejan sus pasiones. (Foto: ANSA VIA REUTERS)

El vínculo de los escritores con los gatos viene de largo. Desde Baudelaire a Cortázar; de Hemingway, con sus famosos gatos de seis dedos en su casa cubana, a Patricia Highsmith o Raymond Chandler. Se dice que el padre del detective Philippe Marlowe llegó a tener 27 gatos, siendo la negra Taki su gata más célebre, la que posa junto a él para las fotos.

También Truman Capote y Jorge Luis Borges, que acaricia el que María Kodama sostiene entre sus brazos en una de sus imágenes más simpáticas. Famosamente, Borges tuvo dos, Odín y Beppo, el de esa foto. Cuando llegó al escritor, el gato se llamaba Pepo. “Pero era un nombre horrible. Entonces se lo cambié enseguida por Beppo, el gato de Byron. El gato no se dio cuenta y siguió con su vida”, dijo entonces el autor de “El Aleph”.

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El novelista canadiense Robertson Davies definió así el vínculo entre literatos y felinos: “A los escritores les gustan los gatos porque son criaturas tranquilas, adorables y sabias, y a los gatos les gustan los escritores por las mismas razones”. La cita también es célebre. Se la suele desempolvar en las notas que repasan, a menudo con la excusa del Día Internacional del Gato, la lista de los grandes escritores amigos de los gatos. Es que hay algo en la compañía de esos felinos no del todo domésticos, taciturnos, misteriosos, dormilones, de afectuosa indiferencia, que ha acompañado e inspirado a las plumas más diversas.

Soriano niño, con la gata Pulqui. Año 1954. (Foto: gentileza archivo personal de Catherine Brucher / Ángel Berlanga)

Soriano niño, con la gata Pulqui. Año 1954. (Foto: gentileza archivo personal de Catherine Brucher / Ángel Berlanga)

Pero Davies se olvidó de la nocturnidad como factor decisivo en el entendimiento silencioso entre literatos y gatunos. Para Osvaldo Soriano, uno de los que mejor encarnó ese lazo, el de la noche compartida era un asunto fundamental. El escritor y periodista argentino no solo vivió ese vínculo como una conexión especial, que se tomó muy en serio, sino que fue un estudioso de los gatos. No llegó a publicar un ensayo sobre ellos, como planeaba, pero sí numerosos artículos, un cuento infantil que se lee en las escuelas —”El Negro de París”, inspirado en su gato, Negro Vení— y, por supuesto, una obra entera atravesada por ellos.

Hay gatos en todas sus novelas: desde “Triste, solitario y final” a “Una sombra ya pronto serás”. Pero la mutua influencia entre “el Gordo” Soriano y los gatos trascendía lo creativo. Soriano se autopercibía parecido a sus gatos: “Soy uno de ellos, perezoso y distante —escribió en ‘Educación sentimental’, una de las preciosas columnas que publicó en el diario Página 12, dedicada a gatos y literatura—. Aunque nunca aprendí la sutileza de la especie”.

Y como ellos, era un animal nocturno. Escribía exclusivamente de noche, bajo la mirada del negro Vení o del gato de otro colega gatuno, Julio Cortázar, en el exilio francés, o de Filipi, en el regreso. “Un escritor sin un gato es como un ciego sin lazarillo”, dijo alguna vez, en agradecimiento a esa presencia inspiradora. La noche y sus silencios era para Soriano el único territorio posible para la escritura. Si de noche “todos los gatos son pardos”, como dice el refrán, para Soriano era la puerta abierta a los mitos y la imaginación. “En la noche entran las supersticiones”, decía.

Así lo registra Ángel Berlanga, su biógrafo, que dedicó un capítulo de Soriano. Una historia (Sudamericana) a la relación del “Gordo” con los gatos. En sus días de exilio en París, Osvaldo Soriano solía cuidar de Franelle, la gata de Cortázar, cuando el autor de Rayuela viajaba. “Yo no tengo biografía. Me la van a inventar los gatos que vendrán cuando yo esté, muy orondo, sentado en el redondel de la luna”, dijo en una entrevista el hombre que encontró en ellos la compañía en los días de soledad y la inspiración frente a la máquina de escribir: “Un gato me trajo la solución para Triste, solitario y final. Un negro de mirada contundente, muy parecido a Taki, la gata de Chandler. Otro, el negro Vení, me acompañó en el exilio y murió en Buenos Aires. Hubo uno llamado Peteco que me sacó de muchos apuros en los días en que escribía A sus plantas rendido un león. Viví con una chica alérgica a los gatos y al poco tiempo nos separamos”.

Ángel Berlanga, periodista y escritor, autor de la biografía

Ángel Berlanga, periodista y escritor, autor de la biografía «Soriano. Una historia». (Foto: gentileza archivo personal de Catherine Brucher / Ángel Berlanga)

En una nota que homenajeó a Soriano a diez años de su muerte, Rodolfo Rabanal destacó que el gordo creía que los gatos nada hacían por azar: “De modo que, si su gato había dormido sobre los papeles producidos durante la noche, el trabajo ‘tenía sentido’”.

Se les parecía y lo acompañaban en la escritura nocturna, pero Soriano era además un estudioso, un erudito de los asuntos gatunos. Buscaba libros sobre gatos, iba a bibliotecas especializadas en Europa, tomaba notas, investigaba informes y estudios sobre historia y comportamiento gatuno. En su texto “Maldición eterna”, rankea ciudades según su grado de trato hacia los gatos: Roma es la mejor ciudad de Occidente, en la que la municipalidad alimenta a los que viven entre las ruinas, París tiene su École du Chat, que emitió una declaración de derechos del gato libre, en cambio Bruselas es la más hostil que un gato pueda conocer, con raíz en una historia de fiestas populares donde se lanzaban gatos por el aire como diversión.

Muchas historias son personales, más o menos comprobables, como la de la novia de la que se separó por su alergia a los gatos. En Breve historia de mi amor por los gatos, cuenta la mal llevada visita del amigo que pasa tres días en su casa parisina. “Cuando estábamos comiendo el Negro Vení saltó arriba de la mesa y quiso saber de qué estaba hecha la cena. Mi amigo cometió un error grosero: de un manotazo agresivo lo tiró al suelo. Como no está acostumbrado a tanta intolerancia, cayó mal y se golpeó contra una silla. Cuando un gato se siente humillado es mejor ponerse a salvo. Esa noche, mientras mi amigo dormía y yo trabajaba, el Negro veló pacientemente su sueño junto a la puerta abierta. A las tres de la mañana, cuando presté atención, subió sigiloso sobre el estómago de nuestro huésped, me miró como diciendo ‘son cosas mías’ y lo meó copiosamente. Nunca lo había hecho, nunca volvió a hacerlo. Perdí un amigo que grita a los cuatro vientos que es peligroso venir a mi casa, pero los gatos ya hacían eso en el tiempo de las pirámides de Egipto y no hay manera de quitarles el gusto de la venganza”.

Soriano en la redacción de la revista Panorama, en 1970. (Foto: gentileza archivo personal de Catherine Brucher / Ángel Berlanga)

Soriano en la redacción de la revista Panorama, en 1970. (Foto: gentileza archivo personal de Catherine Brucher / Ángel Berlanga)

“Soriano tiene una historia con los gatos como talismanes —dice el biógrafo Ángel Berlanga—. Era muy supersticioso. Una vez un gato destrozó un manuscrito. A él, en principio, le dio un ataque, pero después llegó a la conclusión de que esos textos, ajenos, no eran buenos, y que estaba por lo tanto bien que los hubiera destruido. Tenía una relación muy cariñosa y los gatos con él. Todo el tiempo se le acercaban. En el libro cuento cuatro o cinco historias en ese sentido, creo que era una relación muy profunda. Fijate que yo era más de perros, pero a partir de lo que narra Soriano en torno de los gatos, hoy los prefiero. Tengo dos, Hosco y Mittens, y los adoro. Son bichos maravillosos, con sus personalidades, animales que ahora me encantan, gracias a las narraciones de Soriano”.

Además de las exitosas novelas de Soriano, varias llevadas al cine, dos volúmenes recogen sus textos periodísticos. En buena parte, publicados en la contratapa del primer Página 12. Soriano formó parte de la fundación de ese diario, y Berlanga recoge en su biografía la anécdota que cuenta quien fue su director, Jorge Lanata. Cuando a poco del lanzamiento caminaba de noche junto a Soriano por la calle Sarmiento, buscando un restaurante. “En la calle estaban los afiches que anunciaban el nuevo diario y ambos, cansados, llevaban un par de números cero preocupantes; Lanata, que sería el director desde el arranque, se imaginaba haciendo el ridículo. Estaban junto a una persiana cuando a Soriano se le arrimó un gato gris y blanco; en otra versión, los gatos que se acercaron fueron cinco o seis. “Jorge, acordate: el diario va a ser un éxito, nos va a ir bien, nos va a ir muy bien”, escribió Lanata. “El Gordo tenía razón: los gatos iban a darnos suerte”.

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Una de sus contratapas más famosas que tiene que ver con gatos es Educación sentimental, en la que Soriano arma un rompecabezas de referencias pop, a sus libros y películas favoritos, que es a la vez una evocación de su historia personal con estos animales. “El día que nací había un gato esperando al otro lado de la puerta —anota Soriano entre referencias a Soy leyenda, de Richard Matheson, Stephen King, Lovecraft y Laurel y Hardy—. Mi padre fumaba en Mar del Plata, en el patio. Mi madre dice que fue un parto difícil, a las cuatro y veinte de la tarde de un día de verano. El sol rajaba la tierra. Los jóvenes Borges y Bioy Casares paraban cerca de ahí, en Los Troncos, alucinando las historias de don Isidro Parodi. A Borges lo seguían los gatos. En una de sus fotos más hermosas está junto a María Kodama, que tiene uno en brazos; Borges lo acaricia como a un amigo. A mí un gato me trajo la solución para Triste, solitario y final. Uno negro de mirada contundente, muy parecido a Taki, la gata de Chandler. Otro, el Negro Vení, me acompañó en el exilio y murió en Buenos Aires. Hubo uno llamado Peteco que me sacó de muchos apuros en los días en que escribía A sus plantas rendido un león. Viví con una chica alérgica a los gatos y al poco tiempo nos separamos. En París, mientras trabajaba en El ojo de la patria, en un quinto piso inaccesible, se me apareció un gato equilibrista caminando por la canaleta del desagüe. Para sentirme más seguro de mí mismo puse un gato negro al comienzo y uno colorado al final de Una sombra ya pronto serás”.

“Para decirlo mal y pronto: hay gatos en todas mis novelas —continúa Soriano—. Soy uno de ellos, perezoso y distante. Aunque nunca aprendí la sutileza de la especie. Ahora mismo, una de mis gatas se lava las manos acostada sobre el teclado y tengo que apartarla con suavidad para seguir escribiendo. Hace cinco meses que no prendemos un cigarrillo. Juntos sufrimos el vejamen de la abstinencia y la vida limpia. Hace unos meses esta habitación era un quemadero de fragancias maravillosas. Tabacos de la Argentina, de Cuba y de Holanda, ya no; resignamos algo de la utilería que compone a los duros: cigarrillos, sombrero, impermeable, el revólver de juguete”.

Bioy Casares y Soriano en el acto del Premio Cervantes para el primero, en 1990. (Foto: gentileza archivo personal de Catherine Brucher / Ángel Berlanga)

Bioy Casares y Soriano en el acto del Premio Cervantes para el primero, en 1990. (Foto: gentileza archivo personal de Catherine Brucher / Ángel Berlanga)

“Cuando yo era chico mi gato Pulqui era mono, león, pirata y bandolero. Yo lo acechaba entre las plantas del jardín y me le tiraba encima con el cuchillo de madera entre los dientes. Ahora mi hijo combate contra la gata Vírgula que le devuelve los golpes. Son arañazos de mentira, en un revoltijo de sillas volteadas y malvones floridos. Las suyas, como las mías antes, son fantasías de selvas y mares, de castillos y mosqueteros. Esos años felices e irrecuperables en los que uno aprende, si aprende algo, que los gatos nos traen a domicilio el misterio de la creación. Chandler les atribuía toda la sabiduría y creía que provocaban la explosión creadora. Un día le pidieron que hablara de Philip Marlowe y prefirió que fuera Taki la que lo hiciera por él. Pretendía que era la gata quien escribía sus novelas bien entrada la noche: a mí suele pasarme algo parecido”.

“Es realmente muy importante para él el asunto de los gatos —dice Berlanga—. Tuvo muchos a lo largo de su vida. Armaba historias por supuesto que acomodaba, pero también se vio involucrado en muchas de ellas. Él armaba historias todo el tiempo y muchas estaban habitadas por gatos. Es un narrador nato. Todo el tiempo está contando historias. Sus conversaciones muchas veces eran centro de escena porque era un fabuloso narrador oral. Cualquier elemento de su cotidiano lo miraba con un ojo y un instinto para luego transformarlo en historias. Dentro de esas historias, los gatos son sin duda sus personajes favoritos. Los más queridos. Tenía la idea de hacer un libro de ensayos, tiene varios artículos escritos sobre gatos. Le encantaba que en Italia hubiera un gato al que llamaban Soriano”.

Soriano con Catherine, en Bariloche, en 1983. Del archivo personal de Catherine Brucher. (Foto: gentileza archivo personal de Catherine Brucher / Ángel Berlanga)

Soriano con Catherine, en Bariloche, en 1983. Del archivo personal de Catherine Brucher. (Foto: gentileza archivo personal de Catherine Brucher / Ángel Berlanga)

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