¿Es motivo de festejo el hecho de que el día después del triunfo de Donald Trump se hayan devaluado la mayoría de las monedas latinoamericanas y de economías emergentes menos el peso argentino? A juzgar por los festejos de los funcionarios y seguidores de Javier Milei, se diría que sí; sin embargo siempre están los que miran la mitad del vaso medio vacío, y en este caso están haciendo serias advertencias sobre el futuro del plan Caputo.
Más concretamente, que mientras el gobierno celebra la suba de los bonos soberanos argentinos, la baja del índice de riesgo país y, sobre todo, la baja del dólar, se están creando las condiciones para que en 2025 Argentina sufra nuevamente presiones devaluatorias que hagan difícil la sostenibilidad del cepo cambiario hasta las elecciones.
Es cierto que la suba de acciones argentinas, de bonos de deuda soberana y la caída del riesgo país son un motivo de festejo: reflejan una expectativa del mercado de que la relación de Milei con Trump podrá traducirse en ciertos beneficios para el país. La apuesta principal es que el nuevo presidente estadounidense haga valer su influencia en el Fondo Monetario Internacional para que le preste dólares frescos con los que Argentina refuerce sus reservas.
Pero muchos temen que esa alegría de corto plazo esté ocultando los temores más profundos: un deterioro de largo plazo sobre un freno en la economía global, con una caída de precios de las materias primas que Argentina exporta y, sobre todo, con una reversión de los flujos de capitales, que huyan a refugiarse en sitios seguros, tales como el oro y los bonos del tesoro estadounidense.
Los dólares buscan al dólar
La lectura que se hizo sobre la victoria de Trump en el mundo es bastante clara: si el candidato republicano que acaba de vencer cumple efectivamente lo que prometió durante su campaña, entonces hay que esperar más proteccionismo, más inflación internacional y una salida de capitales de las economías emergentes.
De hecho, la primera reacción de los mercados fue la suba de tasas estadounidenses -algo que ocurre por la baja en el precio de los bonos-. Es una típica anticipación de los inversores a lo que creen que ocurrirá en el mediano plazo: subas en la tasa de la Reserva Federal para frenar un mayor nivel de inflación interna. De hecho, una de las postales del primer mandato de Trump había sido la constante pelea pública entre el presidente y la FED, a la cual le reprochaba su obstinación en mantener tasas altas en vez de dejar que los dólares fluyeran para estimular la economía.
En la campaña, Trump volvió a hablar sobre medidas que, si ocurrieran en América latina, nadie vacilaría en calificar como populismo económico: mayor proteccionismo comercial, baja de impuestos para estimular el consumo y no demasiadas pistas sobre cómo reducir el déficit fiscal de 6% del PBI, un nivel que sólo se había visto en situaciones de guerra o en las grandes depresiones.
Trump festeja, los demás devalúan
Ante esa situación, cayeron las monedas latinoamericanas. Nadie se sorprendió: cuando el dólar se fortalece -y no por estar creciendo a toda velocidad ni liderando una revolución tecnológica, como en los años ’90, sino por un «efecto temor»-, entonces lo que ocurre es que se desata una carrera de devaluaciones.
El dólar y las materias primas suelen correr en sentidos inversos. Es decir, con un dólar fuerte la soja, el maíz y el trigo tienden a bajar. Esa relación tradicional se acentúa todavía más si se dan factores que complican a Argentina. Por ejemplo, una menor demanda por parte de China, que teme un freno en su economía y que, además, ya había formado un gran stock de alimentos en previsión de que la situación geopolítica podría complicarse. Si a esa situación se agrega el hecho de que el año próximo habrá una superproducción sojera en el mundo que sobrepasará en 33% la demanda, entonces todo se alinea para una caída en los precios internacionales.
Ante esa situación, no resulta sorprendente que los países latinoamericanos devalúen. Ha ocurrido en el pasado, y está sucediendo otra vez.
Al ingresar menos dólares por exportaciones, los gobiernos tratan de que esa menor cantidad de billetes verdes cubra la misma porción de gasto público que antes, y para eso se necesita que el dólar sea más caro. O, dicho de otra forma, que los costos de la economía doméstica, incluyendo los salarios, sean más baratos en dólares.
El peso mexicano fue el más afectado y tocó un mínimo de dos años. Algo que se daba por descontado, dado que es una economía muy interconectada comercialmente con Estados Unidos, y entonces cada medida proteccionista de Trump lo afecta en forma directa.
Pero también se devaluaron el peso chileno y el real brasileño. Lo mismo ocurrió entre las monedas europeas que no pertenecen a la zona Euro, así como entre grandes exportadores asiáticos, como Corea del Sur.
Toto Caputo, a contramano
En notorio contraste, el peso argentino se sigue fortaleciendo, de la mano del plan de Toto Caputo. Un crawling peg al 2% mensual con una inflación que sigue en torno al 3% equivale a un lento pero continuo encarecimiento en dólares.
Es algo que, lejos de frenarse, se profundizará en los próximos meses, dado que Toto planea bajar el ritmo del crawling al 1,5% mensual y seguir usando la vieja herramienta del ancla cambiaria para frenar los precios.
En otras palabras, mientras los países vecinos de Argentina -en su mayoría dependiente de exportaciones de commodities- devalúan como respuesta a un fortalecimiento del dólar, Argentina acentúa la valorización del peso, una moneda que, según estiman los economistas, ya tiene un nivel de atraso similar al de Cristina Kirchner en 2015 o de Mauricio Macri en 2017.
El gráfico del economista Amílcar Collante muestra que el dólar Milei ya se asimila a los más bajos
La cosa puede empeorar mucho más con el inicio de la gestión trumpista en Estados Unidos. Porque Caputo, a juzgar por los números contenidos en su proyecto de presupuesto 2025, tiene expectativas muy optimistas sobre la entrada de dólares: espera un holgado superávit comercial de u$s20.000 millones, algo que ni siquiera comparten economistas afines al gobierno como Ricardo Arriazu, que cree que sería más realista una cifra de u$s8.000 millones.
Soja, oferta china y turismo
Al precio de las materias primas en caída se agregan otras complicaciones del «efecto Trump», como por ejemplo una oferta comercial china más agresiva, dado que la potencia asiática quedará con producción excedente que no podrá colocar en el mercado estadounidense y buscará nuevos destinos. Nadie advirtió sobre ese punto de manera más explícita que Paolo Rocca, el líder del grupo Techint, que dijo que ya hoy se está notando la competencia desleal del acero chino a precios de «dumping».
Y hay todavía más efectos negativos para Toco Caputo: si el resto de los países latinoamericanos devalúan y Argentina no, entonces ocurrirá un efecto clásico: los destinos turísticos brasileños y caribeños se tornarán más atractivos que los locales. No es un tema menor, porque en años de atraso cambiario agudo la cuenta turística fue responsable por la salida de casi u$s10.000 millones anuales.
De hecho, ya en este momento se está viendo una aceleración en la salida neta de dólares por turismo, que está en torno de u$s600 millones mensuales, y con tendencia a la suba.
En otras palabras, un déficit turístico grande podría anular buena parte de lo que se gane por el saldo superavitario de la balanza comercial, haciendo que al Banco Central ya no le resulte tan fácil comprar divisas como en octubre, cuando se quedó con u$s1.648 millones aportados por el campo.
El esquema de cepo y carry trade, en la mira
¿Cuál es el gran riesgo para el plan Caputo?: que se altere el actual escenario de paz cambiaria, con un dólar paralelo acercándose cada vez más al tipo de cambio oficial. En un entorno de tasas altas, aversión de los inversores al riesgo tercermundista, menores exportaciones que las esperadas, abaratamiento de importaciones y más salida de dólares por turismo, todo conspira para que el esquema actual entre en crisis.
Se lo han advertido a Caputo economistas internacionales que pronosticaron una devaluación del peso para algún momento del 2025. Como Robin Brooks, ex jefe de estrategia del banco de inversión Goldman Sachs y ex economista jefe del Instituto Internacional de Finanzas, a quien Caputo denostó por no entender de «trading».
El problema es que hay otros economistas que opinan parecido a Brooks, y trabajan en el FMI. Allí se favorece un tipo de cambio más realista y un sistema más cercano a la flotación.
Es cierto que Caputo tiene argumentos en su favor, como el hecho de que, en una situación inédita, ahora Argentina disfruta de un superávit fiscal, lo cual cimenta la estabilidad financiera y le da previsibilidad al cumplimiento de sus obligaciones financieras.
Pero, de todas formas, el actual esquema de paz cambiaria basada en el cepo, recorte de tasas y carry trade está bajo revisión. Y lo único que disiparía los temores sería la llegada de dólares frescos desde el Fondo.
Hasta ahora, el staff del organismo ha dado muestras de no estar muy entusiasmado con la idea. La duda es: ¿Trump está dispuesto a jugarse por su amigo Milei como lo hizo en 2018 por Mauricio Macri?
Hay quienes creen que sí, y compran masivamente bonos argentinos. Otros, en cambio, esperan el momento para volver al refugio de siempre.