Los medios de comunicación dicen que “las encuestas fracasaron”, como en estas elecciones presidenciales norteamericanas, pero esto no es verdad. Los estudios que se hacen en ese país son estatales, porque quien gana, aunque sea por poco, consigue todos los electores que le corresponden.
En estas elecciones, en 43 estados y en el distrito de Columbia ganó el candidato que decían las encuestas. En siete, la distancia entre quien las encabezaba y el segundo eran inferiores al margen de error, podía ganar cualquiera. Sumados, los electores de esos estados eran 90.
Si Kamala Harris los ganaba, habría sido la nueva presidenta, consiguiendo 326 electores, frente a 222 de Trump, pero por pocos votos que le favorecieron en los estados pendulares, Trump obtuvo 312 electores frente a 226 de Kamala. Trump ganó por pocos votos: en Wisconsin 30 mil, en Nevada 50 mil, en Michigan 80 mil, en Georgia 100 mil, en Pensilvania 160 mil, en Arizona 170 mil. Escasos para unas elecciones en las que sufragaron más de 150 millones de ciudadanos.
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Me hubiera gustado que el mundo fuera distinto, pero soy intensamente feliz en uno que funciona de otra manera. En mi utopía habría deseado que todos los electores, para poder votar, deban leer la Introduction to Mathematical Philosophy, de Bertrand Russel, para que sepan que ninguna teoría es definitiva, que los ángulos internos de un triángulo suman menos o más de 180 grados según se use una u otra geometría no euclidiana, que según la teoría de conjuntos de Georg Cantor hay números determinados mayores que infinito, que la verdad de cualquier teoría depende solo de los axiomas que se aceptan para construirla.
Así votarían sabiendo que las ideologías de los candidatos son tan endebles como la pretensión de eternidad de los faraones egipcios, que se momificaron para reinar para siempre y se hicieron enterrar con enormes tesoros saqueados en pocos años. Sus cuerpos segregaron una sustancia negra que sirvió para fabricar el betún para zapatos de los europeos en la Edad Media. La eternidad de los dioses quedó por los pies.
El filósofo Karl Krause, influyente en la América Latina de la primera mitad del siglo XX, dijo que con la Ilustración se produjo una crisis en la mentalidad religiosa de Occidente, y se formaron nuevas religiones cívicas, endiosando teorías y líderes mesiánicos. Esto no afectó solamente a los autócratas de la derecha sino también a los políticos de izquierda.
Muchos políticos progresistas se han situado en un discurso pedante, que parte de su superioridad intelectual en disputa con otros políticos, mientras en la sociedad de la internet los electores libres de la política vertical simpatizan con candidatos que están con ellos, comparten sus supersticiones y sentimientos y no se ponen por sobre su cotidianidad.
Como anticipamos hace años en PERFIL, hablando de los buenos modales de Hillary Clinton, los demócratas se transformaron en un partido pedante que “tiene la razón” y puede llamar a los votantes republicanos “basura”. La respuesta de Trump, que hizo una campaña técnicamente impecable, fue reírse de ellos, asomando en un camión de basura en su última concentración.
James Nielsen dice en su artículo de Noticias, que el establecimiento y las elites intelectuales del país apoyaron a Kamala, así como los millonarios artistas progresistas como Taylor Swift, Beyoncé, Oprah Winfrey, Eminem, Julia Roberts, a pesar de que sus millones de seguidores no estaban interesados en obedecer sus gustos electorales. Trump en cambio, consiguió el apoyo del grueso de la clase trabajadora, que le dio el triunfo en los estados pendulares.
El demócrata de izquierda Bernie Sanders dijo hace poco que, para él, los autodenominados progresistas reemplazaron el “clasismo” clásico con eslóganes de la cultura woke de forma que, desde su punto de vista, un obrero blanco paupérrimo es un “privilegiado” si se compara con una multimillonaria persona de color.
Las universidades más prestigiosas de Estados Unidos dejaron de lado criterios meritocráticos del pasado, perjudicando a muchos hombres “blancos”, de familias modestas y a los de origen asiático, para favorecer a mujeres, afroamericanos y miembros de minorías sexuales.
Trump triunfó no porque era un gran orador. Perdía el hilo en sus discursos, divagaba, decía cosas absurdas, gritaba consignas superficiales que enfervorizaban a sus seguidores y estremecían a los intelectuales vinculados a las universidades y los grandes medios de comunicación del país. En el tiempo de la posverdad triunfó un candidato que expresaba a norteamericanos con educación elemental, obreros de fábricas en decadencia y campesinos remontados, que sufren los estragos que produce en su vida cotidiana el progreso de la ciencia y la tecnología.
El conservadorismo de Trump llega a clases medias enfrentadas a élites y supuestas conspiraciones mundiales, junto con dosis de racismo, misoginia y desdén por la democracia, que moviliza a los blancos menos educados de la nación.
Lo expresaron bien los seguidores de Trump que intentaron tomar el Capitolio hace cuatro años, hombres y mujeres, con banderas estadounidenses o de la Confederación, casi todos blancos. Eran sus partidarios fanáticos y seguían sus instrucciones. Los había animado a “marchar” hacia el Capitolio para evitar que les “robaran” una victoria electoral que no existía. Algunos eran hombres armados, miembros de Proud Boys, grupo supremacista blanco al que en uno de los debates electorales Trump pidió “dar un paso atrás y esperar”. Otros eran seguidores de Qanon, un grupúsculo de paranoicos de la conspiración, que creían que los demócratas dirigen una red de pedófilos. Estaban encabezados por Jake Angeli, que se hizo mundialmente famoso con su gorro de bisonte.
Después del triunfo, Trump quiere convertirse en el líder de la renovación ética del país. El único ciudadano que ha llegado a la presidencia de la Unión habiendo sido prontuariado por la policía durante la campaña, enjuiciado en decenas de causas, entre otras el escandaloso soborno a una prostituta con fondos de la campaña electoral pasada, se ha convertido en el defensor de la moral y la familia conservadora. Nadie le pregunta sobre cuáles son las credenciales de su vida personal que le dan autoridad para esta cruzada moralista porque los presidentes, mientras conservan su popularidad, son como los muertos: esposos ejemplares y padres de familia.
Así como puede entenderse el moralismo de Elon Musk a partir de su incapacidad para entender lo que, según dice, es la mayor frustración de su vida, que su hijo se hizo trans, las actitudes de Trump se comprenden mejor leyendo el libro de su sobrina Mary L. Trump, Too Much and Never Enough: How My Family Created the World’s Most Dangerous Man (Demasiado y nunca suficiente: Cómo mi familia creó al hombre más peligroso del mundo), en el que relata una estremecedora historia de décadas de oscuridad, disfunción y brutalidad que convirtieron a su tío en el peligroso líder que, según su editorial, Simon & Schuster, “ahora amenaza la salud, la seguridad económica y el tejido social del mundo”.
Solo conociendo la historia de una familia corroída por la codicia, el bullying, las traiciones y las tensiones internas, se puede entender que Trump haya desarrollado lo que ella llama sus “comportamientos retorcidos”, que lo llevaron a considerar a otras personas como mercancías y a practicar “el engaño como una forma de vida”.
Lo grave es que este retorno a la oscuridad en Estados Unidos se produce en un momento en el que China superó su actitud religiosa hacia Mao y el marxismo, que la llevó a ser un país igualitario, en el que todos eran pobres y cientos de millones paupérrimos, para convertirse en una potencia capitalista, en la que hay más multimillonarios que en Estados Unidos, que ha terminado con la pobreza y en el que cada día la ciencia y la tecnología están construyendo una humanidad superior.
China conserva la liturgia del Partido Comunista, pero igual podría estar dirigida por una asociación de guerreros discípulos de Sun Tzu y El arte de la guerra o cualquier mito. Es la principal potencia del mundo que compite con los avances de norteamericanos generados en Silicon Valley, no en las comunidades amish y los barrios de blue-collar workers que triunfaron con Trump.
Basándose en el éxito de las Zonas Económicas Especiales capitalistas instaladas por Deng Xiaoping, China ha creado Zonas de Desarrollo Económico y Tecnológico, para desarrollar industrias de alta tecnología, atraer inversión extranjera, aumentar las exportaciones y mejorar la economía de sus regiones. No hay que olvidar que el actual presidente de China es el ingeniero Xi Jinping, quien desarrolló Shenzhen, la zona china de alta tecnología que es un modelo del avance para el mundo.
El estímulo a la investigación es enorme, los premios del Estado de Ciencia y Tecnología son el más alto honor que se puede conseguir en la República Popular China. En 2023 China fue el país con más usuarios de internet en el mundo, con 1.092 millones de suscriptos. Su economía digital representa el 30% de su PIB. China representa casi la mitad de las transacciones de comercio electrónico del mundo, alberga nueve de los 23 unicornios de FinTech de propiedad privada y posee el 29% de las patentes de energía renovable del mundo.
Según el Instituto Australiano de Política Estratégica (ASPI), China domina la investigación científica en el 89% de las 64 tecnologías identificadas como “críticas”. Entre 2003 y 2007, Estados Unidos dominaba la investigación en el 90% de estos campos de estudio.
La historia se aceleró. Un año actual, equivale a un siglo de la Antigüedad. Mientras el gobierno de Estados Unidos permanecerá soñando con perseguir a mujeres, homosexuales, y con resucitar una industria superada por la historia, China va a lograr avances científicos y tecnológicos que se volverán inalcanzables. Con Trump en el poder, será mejor que nuestros niños aprendan a hablar mandarín más que inglés.
*Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.