martes, 14 enero, 2025
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Alejandro Rozitchner. Un positivista perdido en el siglo XXI

Las últimas declaraciones de Rozitchner han conmocionado a un gran espectro de sectores. En especial al movimiento feminista. Trata de equipararnos con el comportamiento de monos y lo hace además no solo desde una mirada biologicista, sino además equivocada y positivista. Pero ¿Qué hay atrás de sus declaraciones?

Por: Nazareno Mujica

El positivismo

Hubo una corriente, a fines del siglo XIX, que fue tan importante en aquellos años como insignificante hoy. Esos varones de clase acomodada intentaban dar respuesta a las necesidades que tenía el Estado que comenzaba a consolidarse con el gobierno de Roca luego de la derrota de todos los conflictos internos (federales) y el triunfo final del modelo capitalista, centralista, conservador en lo político y exportador de carnes y granos.

El nuevo problema a resolver era la inmigración y los positivistas, basados en el prestigio de la rigurosidad del método científico Comteano y del predominio de lo biológico racial como problema en el desarrollo de una sociedad moderna, esbozaban una respuesta “científica”: el problema eran las razas que conformaban América. Por lo tanto, y para ser más claro, el positivismo no veía a la inmigración solamente como un problema de la necesidad de mano de obra, o bien, de cómo construir herramientas culturales y materiales para integrar una enorme masa de gente que vienen del otro lado del Atlántico. Para el positivismo, la propia sangre americana estaba infectada de pulsiones ociosas y poco afectas al trabajo, y por eso, la mezcla o crisol de proponía como una solución posible. Terribles deformaciones seudo científicas, como el llamado “darwinismo social” de Spencer, tomaron una teoría que aún hoy es válida, como la teoría de la evolución de Darwin, para hacer de ella una justificación de la superioridad racial. En definitiva, eran las herramientas teóricas que construía el imperialismo para mejor abordar la dominación en sus colonias.

José Octavio Bunge, Ramos Mejía, José Ingenieros y otros autores, desde diferentes perspectivas, intentaron dar una respuesta partiendo desde un diagnóstico pesimista: la sangre nativa no sirve. Ni la herencia española, ni la indígena, ni la africana son sangres que puedan ayudar a construir una nación pujante. Por esa razón, la inmigración debía ser de regiones sajonas para poder ir cambiando la composición de la sangre e ir mejorando la raza a través de la mezcla.

Los resultados, claro, no respondieron ni de suerte a los postulados de los positivistas. Hoy sabemos que las nociones de raza como una forma separada biológicamente, y que algunas son en sí mismas malas, son nociones que hoy nos parecen ridículas, además de anti científicas. En definitiva, los que terminaron viniendo de Italia, de España, de todas partes de Europa y de partes de Asia, trajeron sus tradiciones socialistas, anarquistas, o bien despertaron a esas ideas aquí, ante las pésimas condiciones de existencia. Les habían prometido la tierra prometida y les dieron conventillos pestilentes y trabajos de miseria. Algunos pocos progresaron claro, pero todos, en pocas generaciones, se reconocieron como obreros y como argentinos. Ni para Pinedo, en 1939 ni para nosotros hoy, el problema han sido las razas, sino más bien una economía dependiente y atrasada.

Los positivistas ¿Por qué fueron entonces tan importantes y hoy tan intrascendentes

Eran cercanos al poder emergente del Estado conservador. Eran hombres de consulta, verdaderas eminencias que habían sido parte de la creación de ciertas disciplinas científicas, como la psicología. Su discurso era reaccionario, racista, paranoide, biologicista, pero ofrecían una solución al problema: la inmigración de gentes rubias, protestantes y preferentemente hablantes de inglés. Fue su diagnóstico errado, mucho más que el paso del tiempo, lo que los condenó a un merecido olvido.

Alejandro Rozitchner y los chimpancés

Esta semana, el hijo no inteligente del gran León Rozitchner, dijo que “los chimpancés hembra, cuando nace un bebé, se arremolinan alrededor de la madre. En cambio, los chimpancés machos están por allá, jugando a la lucha. ¿Fue por obra del hetero-patriarcado o del machismo? ¿Fue obra del capitalismo avasallante?”

De este modo, como un auténtico heredero del positivismo decimonónico, el hijo no Smart, sólo busca congraciarse con las nuevas modas reaccionarias anti feministas que buscan retroceder con todas las conquistas que el movimiento feminista fue imponiendo en décadas de lucha y de debate. La ESI, el aborto legal, las obras como “cometierra” que muestran la realidad de los adolescentes en los barrios más empobrecidos del conurbano. Cualquier atisbo que contradiga las posturas más machistas y patriarcales, los derechos más elementales, el agravante jurídico de la violencia contra las mujeres, todo es puesto en discusión por el gobierno de Milei, sin dudas, el más reaccionario de nuestra historia.

De forma patética y ruin, este licenciado en filosofía ofrece sus saberes al gobierno que está pagando caro el apoyo. De este modo, intenta justificar la dominación patriarcal de nuestra sociedad basado en la biología, concluyendo que ese estudio de las conductas sociales de los chimpancés explica esa dominación. Sin embargo, esto tiene tanta validez comparativa como las conclusiones de la organización matriarcal de algunos Bonobos. Ninguna. Por empezar los monos y los humanos son bien diferentes.

Por otro lado las diferencias entre los sexos nadie las niega. El tema es la construcción social de esos roles. Que en el caso del ejemplo que utiliza Rozitchner también podríamos usarlo como muestra que diferentes organizaciones de monos tienen conductas diferentes colectivamente mas allá de las diferencias biológicas.

“No hay ningún motivo para clasificar a los cuerpos humanos en los sexos masculino y femenino a excepción de que dicha clasificación sea útil para las necesidades económicas de la heterosexualidad y le proporcione un brillo naturalista a esta institución” una afirmación de Judith Butler muy pertinente. En sintonía con Beauvoir, quien sostiene rotundamente que una “llega a ser” mujer, pero siempre bajo la obligación cultural de hacerlo. Y es evidente que esa obligación no la crea el “sexo”. En su estudio no hay nada que asegure que la “persona” que se convierte en mujer sea obligatoriamente del sexo femenino. La cultura nos impone el comportamiento que deberemos tener.
La cultura nos ha modelado tanto como la evolución. A través de milenios, los Homo Sapiens hemos sido modelados por la evolución, por la cultura, por el lenguaje y también, por la política. Somos tan diversos y dúctiles que podemos adaptarnos a casi cualquier ecosistema. Hemos vivido en todo tipo de organización social y a través de la cultura le damos sentido esas normas y acciones. Es la cultura la que nos rige, pasando incluso a la propia naturaleza por su tamiz.

Hoy, como en 1880, esa seudo ciencia es un sostén de las fuerzas más conservadoras y reaccionarias, que buscan eliminar todos los derechos y conquistas de las mujeres y de la clase trabajadora en virtud del más rancio neo colonialismo. Por esa razón, en muchos sentidos, los saberes científicos son parte de las herramientas que tenemos para desarmar estos discursos reaccionarios. Pero también, es a través de la defensa en las calles, de la lucha y la movilización, para frenar esta ola reaccionaria y avanzar hacia una nueva ofensiva, junto a los estudiantes y la clase trabajadora.

No hay mala sangre indígena o africana, como decían aquellos positivistas. Tampoco hay conductas masculinas impuestas por la naturaleza, como sostiene el hijo oportunista del gran León. Pero aún reconociendo a los positivistas que en su tiempo fueron muy valorados, hoy ya no sean casi recordados. Claramente la propia historia los ha puesto en su lugar. Un lugar para ser olvidados.
El hijo del filósofo fue, es y será, como dijo Borges, polvo y dispersión.

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