En una oportunidad, mientras realizaba un trámite vinculado a la enfermedad de mi padre —ya fallecido—, entablé conversación con un funcionario local de un organismo nacional. Entre palabras de cortesía y temas generales, la charla derivó hacia la política. Él, que en otro momento de su carrera también fue funcionario provincial, me dijo con tono reflexivo: «Yo siempre pensé que eso de que Gildo era un visionario era puro verso». Pero luego, aseguró, una experiencia personal lo hizo cambiar de opinión.
Me contó que, a finales de enero o principios de febrero de aquel año —no recordaba la fecha exacta—, en pleno verano de calor extremo y una sequía severa que azotaba la provincia, fue convocado junto a otros funcionarios y funcionarias a una reunión en Casa de Gobierno. Todos suponían que el tema central sería, obviamente, la sequía. Pero ocurrió algo inesperado.
El gobernador llegó con su habitual amplia sonrisa y puntualidad, saludó con el protocolo de rigor y, sin más preámbulo, les dijo: «La sequía ya termina. Debemos ocuparnos ahora de las inundaciones que llegarán en abril». Silencio. Incredulidad. Sorpresa. Nadie entendía de qué hablaba. Pero, efectivamente, cuando llegó abril, las aguas provenientes de la cuenca alta inundaron vastas zonas (centro-oeste) del territorio formoseño. Y, lo más importante: ya estaba todo preparado para asistir a las familias afectadas.
Ese es el tipo de liderazgo que muchos subestiman. La capacidad de anticipación. La lectura fina del territorio, del clima, de la realidad. No se trata de magia, ni de casualidades, sino de un conocimiento profundo de la provincia y de un compromiso férreo con su gente.
Hay una virtud poco mencionada que podríamos comparar con lo que en el mundo animal se llama tanatosis: aparentar estar vencido, inmóvil, sin reacción, como una estrategia para enfrentar a los depredadores. Gildo a veces parece acorralado, silencioso, agobiado por los problemas. Pero, con total naturalidad, responde con eficacia, despliega recursos, toma decisiones concretas y resuelve lo colectivo. No es pasividad: es una forma singular de esperar el momento justo para actuar.
Recuerdo también las recientes charlas informales con compañeros y compañeras de la política o con vecinos comunes. En la antesala de las últimas elecciones en Clorinda, muchos daban por perdida la contienda electoral. Sin embargo, el resultado fue claro: una victoria contundente. Y lo más curioso fue el silencio posterior de la oposición, que no tuvo siquiera palabras para cuestionar el resultado.
No, no es verso. Algunas personas nacen con un don especial. Tienen una energía, una luz, una sensibilidad única para leer el presente y anticipar el futuro. Esas personas son visionarias: ven más allá, cuando la mayoría aún no puede.
Y aunque la política muchas veces se llena de discursos vacíos, hay liderazgos que no necesitan adornos: se sostienen en los hechos, en las decisiones y en los resultados.
J.R Lezcano
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