Desde la perspectiva de un estudioso de los procesos históricos y de los derechos del trabajo, el pontificado de Jorge Mario Bergoglio -Papa Francisco- puede ser interpretado como un intento de refundación simbólica y pastoral de la Iglesia católica en el siglo XXI.
No fue un gesto menor que tomara el nombre de Francisco de Asís, el santo de la pobreza, la humildad y la fraternidad con todas las criaturas.
Desde ese inicio, su papado estuvo marcado por una tensión entre la tradición estructurada del Vaticano y una voluntad de volver a los márgenes, a las “periferias” humanas y geográficas del mundo.
- El poder pastoral como contrapeso histórico
El Papa Francisco heredó una institución históricamente jerárquica y eurocéntrica, con estructuras burocráticas anquilosadas y afectada por profundas crisis de legitimidad, como el escándalo global de los abusos sexuales.
La historia de la Iglesia revela que los momentos de inflexión suelen nacer de contextos de crisis.
En este caso, el ascenso del primer pontífice latinoamericano y jesuita representó una irrupción del sur global en el corazón del catolicismo. A ello sumó una impronta pastoral, forjada en el conurbano argentino, que revalorizó la acción más que la doctrina, la escucha más que la condena, el perdón más que la exclusión.
- La dignidad del trabajo y la crítica al capitalismo deshumanizante
Desde la doctrina social de la Iglesia, uno de los pilares del pensamiento franciscano fue su firme defensa del trabajo digno como sustento de la justicia social.
En sintonía con las encíclicas Laudato Si’, Evangelii Gaudium y Fratelli Tutti, su visión integró ecología, economía y derechos sociales.
Su crítica a la “economía que mata” puso en entredicho al sistema financiero global y sus lógicas de acumulación, y revivió el llamado a una economía con rostro humano, basada en el bien común y en el cuidado de la casa común.
No es casual que pusiera en pie la categoría de descartados, una interpelación ética al modo en que las sociedades contemporáneas expulsan a los desempleados, migrantes, pobres y ancianos.
Su enfoque remite a la tradición de los derechos laborales como derechos humanos.
En ese marco, defendió en múltiples foros el rol de los sindicatos como actores indispensables del diálogo social, retomando así una línea que conecta con el magisterio de Rerum Novarum y Laborem Exercens.
- Las reformas internas y la resistencia estructural
Francisco no sólo cambió la forma de comunicar desde el papado -con una gestualidad cotidiana, humana y a veces provocadora- sino que también acometió reformas estructurales en la curia vaticana, el Banco del Vaticano y la selección de obispos.
La descentralización eclesial y la apertura de los sínodos a mujeres y laicos constituyeron avances significativos, aunque resistidos.
En muchos sentidos, su legado institucional dependerá de que estos cambios logren consolidarse más allá de su figura personal.
Desde la historia eclesiástica, puede advertirse que toda reforma de fondo ha generado resistencias.
La de Francisco no fue la excepción: fue acusado de hereje por sectores ultraconservadores y enfrentó desafíos internos comparables a épocas de cisma.
Pero su estrategia de reformas fue, en parte, silenciosa: nombró cardenales afines a una Iglesia menos clericalista y más plural, modificando el perfil del futuro papado.
- Un liderazgo global con énfasis en los pueblos y las víctimas
Desde su papel como jefe de Estado y líder religioso global, Francisco tejió una diplomacia centrada en la paz, los derechos humanos y el diálogo interreligioso. Su histórica intervención en el acercamiento entre EE. UU. y Cuba, su voz en defensa de los migrantes y su condena a las guerras -incluso cuando su lenguaje prudente generó tensiones, como en el caso de Ucrania- muestran un estilo de liderazgo moral más que político.
Pero quizás su mayor deuda y, al mismo tiempo, su mayor acto de reparación fue en relación con los abusos sexuales dentro de la Iglesia.
Su inicio dubitativo y algunas decisiones erráticas mancharon su autoridad, pero posteriormente asumió con claridad su responsabilidad institucional, modificando protocolos y asumiendo errores.
Fue el único Papa en pedir perdón a comunidades indígenas, a pueblos perseguidos y a víctimas de los abusos del clero.
- El legado: ¿una Iglesia en transición o en refundación?
Desde una mirada histórica, el pontificado de Francisco debe ser comprendido no como una ruptura total con el pasado, sino como una transición hacia una Iglesia más representativa del sur global, más colegiada en sus decisiones y más audaz en su diálogo con el mundo contemporáneo. Desde el campo del derecho laboral, su defensa del trabajo digno, de los derechos de los descartados y su interpelación constante a los sistemas de explotación lo ubican como uno de los líderes religiosos más comprometidos con una agenda de justicia social global.
La figura de Francisco queda así inscrita en una tradición que une mística, política y trabajo: la de quienes, como San Francisco, como Bartolomé de las Casas o como Pedro Casaldáliga, entendieron que el Evangelio también se predica con el cuerpo, entre los pobres, con las manos sucias de barro y esperanza.
*Faustino C.Duarte
Lic. en Historia
Presidente CEPF