Desde hace un tiempo se escucha, con insistencia, una idea que se repite tanto dentro como fuera de nuestro frente político: la necesidad de un trasvasamiento generacional en la conducción. Se presenta casi como una verdad revelada, como una etapa inevitable del proceso político.
El liderazgo del compañero Gildo Insfrán no es un accidente de la historia ni una anomalía democrática. Es la expresión más madura y legítima de un modelo político que transformó esta provincia desde sus cimientos. Un modelo que garantizó estabilidad, desarrollo, justicia social y derechos donde antes había abandono.
¿Cuántos de nosotros imaginábamos, hace treinta años, una Formosa conectada por pavimento a lo largo y ancho del territorio, con fibra óptica en cada localidad, con hospitales de alta complejidad gratuitos, y una escuela secundaria en cada pueblo? ¿Cuántos pensábamos que íbamos a ver el Hospital de Alta Complejidad y el Interdistrital Evita en plena pandemia salvando miles de vidas, o la autovía de la Ruta Nacional 11, o el Centro de Medicina Nuclear y Radioterapia al alcance del pueblo? Todo eso y mucho más fue posible porque hubo un modelo con conducción. No fue magia. Fue decisión política. Fue Insfrán.
Quienes levantan la bandera del recambio deberían ser más honestos con la historia. ¿Qué proyecto político distinto han construido para justificar una renovación? ¿Qué plan superador han presentado al pueblo formoseño? Porque no se trata de edades ni de rostros nuevos: se trata de ideas, de convicciones, de conducción política real.
Ahora bien, voy a decir algo que muchos piensan pero pocos se animan a plantear con crudeza: si mañana Gildo decidiera dar un paso al costado, lo que seguiría no sería la armonía ni la renovación ordenada que algunos imaginan. Sería, lamentablemente, la disputa por el poder. Sin su conducción clara, firme y legitimada, muchos y muchas de los que hoy caminan juntos querrán ese lugar. La unidad se fracturaría. Las ambiciones, que hoy están contenidas bajo la conducción, saldrían a la superficie. Y con eso vendría el conflicto.
Pensemos por un momento en lo que ocurre cuando un intendente deja su lugar sin conducción política fuerte detrás. Lo vemos en municipios donde la sucesión se convierte en una guerra interna. Si eso ocurre a nivel municipal, ¿cómo no va a pasar a nivel provincial si se vacía de conducción el proyecto que ordena todo?
La paz también es una construcción política, y en Formosa se llama Gildo Insfrán. No se toca lo que funciona.
Por eso sostengo, sin medias tintas, que la continuidad del modelo requiere la continuidad del liderazgo. No porque no haya cuadros valiosos en nuestra provincia —los hay y muchos— sino porque sin una conducción que sintetice, que ordene y que represente el poder del pueblo organizado, todo lo construido puede ponerse en riesgo.
La política no es un concurso de juventudes ni una galería de selfies. Es una lucha por sentidos, por recursos, por poder. Y en esa lucha, la conducción no se improvisa ni se regala.
Formosa necesita seguir creciendo con paz, con justicia social, con equidad territorial. Y para eso, necesitamos que el conductor siga conduciendo. La historia nos lo va a agradecer.
J.R Lezcano
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