domingo, 1 junio, 2025
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Empanadas a caballo: crónica de una república en masa y sin jinete (Por Lic. Faustino Yiyo Duarte)

Cuando creíamos que ya lo habíamos visto todo en la tragicomedia política argentina, apareció él, el senador Francisco Paoltroni, montado sobre un caballo en pleno 25 de mayo, y acompañado de otro equino… vacío. Una escena que ni el Martín Fierro con fiebre hubiera podido imaginar: un gaucho sin payada, una patria sin empanadas y un grito libertario que pide liberar Formosa como si aún estuviéramos en tiempos de la Santa Confederación.

Pero, ¡atención! No es cualquier caballo. Es el caballo del presidente, que según Paoltroni, lo espera impaciente para salir a liberar suelos norteños del “feudalismo”. Lo dijo así, con poncho al viento y mirada firme: “Acá le tengo el caballo, presidente”. El único detalle que le faltó fue señalar el GPS hacia Las Lomitas y un voucher de carga para YPF Rural. ¡La épica está servida!

Mientras tanto, en otro rincón del país -más precisamente, en una mesa televisiva junto a Mirtha Legrand- Ricardo Darín, ese otro símbolo argentino (junto al dulce de leche y la paranoia de clase media), se quejaba del precio de la docena de empanadas: 48 mil pesos. Escándalo. El ministro Caputo, conocido no por traer dólares al país sino por esconderlos mejor que un zorro en cosecha, lo corrigió y dijo que “eso era exagerado”. Claro, si uno hace las empanadas en Suiza, es probable que le salgan más baratas que en Palermo.

A esta altura, el caballo y la empanada se han transformado en los nuevos íconos simbólicos del presente delirante. El primero, símbolo del coraje, la libertad y la gesta patriótica, ahora sirve de Uber para campañas electorales. La segunda, tradicional comida popular desde los fogones de 1810, ahora es un bien de lujo, casi de exportación, como el litio o los deportistas que se nos van.

Paoltroni y Caputo son, en definitiva, las dos caras de la Argentina neoliberal: uno juega al libertador de plastilina a lomo de caballo, el otro defiende los precios de empanadas con la misma tenacidad con la que oculta sus dólares. Uno se disfraza de gaucho, el otro de ministro. Uno le habla al presidente con alegorías militares, el otro le contesta a los actores con cifras del delivery. Y entre ambos, la gente… esperando el vuelto de la patria.

Lo que se pone en juego aquí, más que una campaña, es el sentido común. Mientras los verdaderos jinetes del pueblo -esos que no tienen ni caballo ni poncho de marca- caminan kilómetros para conseguir un turno médico o una garrafa, el senador Paoltroni cabalga por las cámaras como si estuviera en un western de bajo presupuesto dirigido por Netflix. Y mientras las empanadas se convierten en objeto de debate nacional, la inflación galopa como el mejor purasangre del FMI.

Darín fue apenas el mensajero del absurdo: cuando una empanada vale más que un sueldo diario, es que el relato de la libertad ya no se cuece a fuego lento. Y aunque a Caputo le moleste, el horno no está para empanadas… ni para funcionarios offshore.

En fin, podríamos pedirle a San Martín que nos preste su caballo, pero ya bastante tuvimos con verlo pasear sin cabeza por los billetes. A esta altura, la única épica posible es conseguir media docena de empanadas sin hipotecar la bicicleta.

Conclusión:

La patria ya no se hace con caballos ni con empanadas. Se hace con memoria, dignidad, y menos cinismo.

Aunque –paradoja final– la historia nos recuerde que muchas veces, en esta tierra, los verdaderos patriotas nunca fueron los que más relincharon.

Nota del autor:

Si algún día ve al senador Paoltroni comiendo una empanada a caballo, no se asuste. Es solo otro capítulo de la historia argentina escrita con masa, con plumas… y sin pueblo. Y como lo señala Martin Fierro » … Cuando la verguenza se pierde, nunca la vuelve a encontrar » (JH)

Lic. Faustino «Yiyo» Duarte

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