Durante décadas, los pueblos de América Latina resistieron la colonización económica y militar. Hoy enfrentan otra forma, más silenciosa pero igual de peligrosa: la colonización de la mente.
El New York Times lo advirtió hace poco en un ensayo titulado “Pensar se está convirtiendo en un lujo”. Allí se describe cómo en los Estados Unidos, la sociedad más tecnificada del planeta, pensar con profundidad, leer o concentrarse se volvió un privilegio reservado a unos pocos. Pero en nuestro continente, donde la desigualdad es más antigua y más cruel, reproducir esos modelos sin reflexión significa agrandar las brechas sociales y fabricar ciudadanos que renuncian a la polis, dejando las decisiones en manos de los poderosos.
Cuando los poderosos logran que las mayorías dejen de pensar, no necesitan censura ni represión. Les basta con el ruido. Les basta con la distracción permanente.
Byung-Chul Han lo definió con una lucidez dolorosa: “Hoy todos somos trabajadores que nos autoexplotamos dentro de nuestra propia empresa. Somos amo y esclavo al mismo tiempo”. Lo que parece libertad es, en realidad, una nueva forma de servidumbre. Ya no hace falta imponer cadenas: basta con distraer a las personas, robarles el tiempo, manipular su atención y agotar su energía interior.
El nuevo rostro del sometimiento
La desigualdad ya no se expresa solo en los bolsillos. Se expresa en la cabeza.
El que no tiene tiempo para leer, pensar o descansar no es libre, aunque crea serlo.
Las élites económicas protegen a sus hijos del exceso de pantallas, los envían a escuelas donde se fomenta el pensamiento crítico y la lectura. Mientras tanto, los hijos del pueblo crecen rodeados de pantallas encendidas, sometidos a una avalancha de estímulos que los distrae, los fragmenta y los desconecta de la realidad.
No se trata solo de educación. Se trata de poder.
El que controla la atención controla la voluntad.
El que controla la voluntad, gobierna sin resistencia.
La cultura digital global ha creado una servidumbre sin látigo: una multitud que trabaja, produce y consume, creyendo ser libre, mientras repite consignas y pensamientos prefabricados. Es la nueva versión de la dominación neoliberal: una fábrica de subjetividades dóciles.
Cuando el pueblo deja de pensar, otros piensan por él
El justicialismo enseñó que no hay verdadera democracia sin conciencia social.
Y la conciencia social nace del pensamiento, de la reflexión, de la palabra compartida.
Hannah Arendt lo escribió con claridad: “La libertad necesita del pensamiento”. Pero en este tiempo, el pensamiento profundo se convirtió en un lujo que las mayorías no pueden pagar. Entre la urgencia económica, la fatiga laboral y la saturación digital, los pueblos se quedan sin tiempo para pensar su destino.
Así, la política se degrada en espectáculo. Los debates se reemplazan por frases virales. Las convicciones se sustituyen por emociones. La razón cede ante el marketing y la verdad ante el algoritmo.
Cuando el pueblo deja de pensar, otros piensan por él.
Y esos otros —los dueños de los medios, los fondos, las plataformas y los discursos— moldean el sentido común a su conveniencia.
Formosa: cuando el Estado decide educar para la libertad
En Formosa, la política no delega la educación al mercado. La asume como cuestión de Estado.
No es consigna. Es obra.
Entre 2023 y 2025, la Provincia superó el hito de 1.500 obras educativas inauguradas —escuelas nuevas, refacciones integrales, jardines, institutos y equipamiento— bajo la conducción de Gildo Insfrán. Esta inversión no es solo ladrillo. Es proyecto.
La Universidad Provincial de Laguna Blanca (UPLaB) se creó por Ley 1714 y obtuvo reconocimiento nacional en 2023, ampliando el mandato de inclusión a la formación superior con anclaje territorial. Educación gratuita, de cercanía y con carreras estratégicas.
Los números educativos acompañan. Según el Operativo Aprender 2024, Formosa presenta mejoras acumuladas en Lengua y una reducción de estudiantes en o por debajo del nivel básico. Esa tendencia muestra que más chicos leen mejor, y menos chicos quedan relegados en los pisos del desempeño. Eso se llama justicia educativa.
El Modelo Formoseño ordena esta política: escuela cerca de la casa, infraestructura digna, maestro con comunidad, contenidos con identidad provincial y mirada regional. No es un eslogan; son lineamientos de gobierno escritos y sostenidos en el tiempo. Educación como palanca de arraigo y desarrollo.
Mientras el neoliberalismo digital propone consumo y distracción, Formosa levanta aulas, crea una universidad y mide aprendizajes. Mientras otros discuten el costo de la educación, acá se discute su sentido.
Un pueblo que estudia no se arrodilla. Un pueblo que comprende su tiempo —la situación social, política, económica y cultural de la provincia, la región, el país y el mundo— participa y transforma.
Ese es el contraste.
Allá, la colonización de la mente.
Acá, el Estado que organiza la libertad.
Pensar como acto de justicia social
La batalla cultural del siglo XXI no se libra solo en las calles ni en las urnas. Se libra también en la mente.
Y el pensamiento, en esta etapa, es una forma de militancia.
Leer, escuchar, comprender, cuestionar: eso también es resistencia. Porque pensar de manera autónoma es recuperar la soberanía del espíritu, del lenguaje y del tiempo.
Como enseñó Perón, “la verdadera libertad no se impone, se conquista con conciencia y organización”.
Defender la capacidad de pensar es defender el derecho del pueblo a no ser manipulado. Es luchar por una democracia real, donde el conocimiento no sea un privilegio de clase sino una herramienta de liberación.
Una causa nacional del siglo digital
El capitalismo financiero ya no sólo domina los mercados. Domina la atención.
Ya no coloniza territorios: coloniza mentes.
Y frente a esa ofensiva silenciosa, los pueblos deben recuperar su soberanía interior.
Hoy, la justicia social no se limita a la distribución de la riqueza.
Incluye también la distribución del conocimiento, del tiempo y del pensamiento.
La educación popular, la lectura crítica y la reflexión colectiva son los nuevos instrumentos de emancipación. Porque un pueblo que piensa no se entrega.
Y un pueblo que deja de pensar, deja de ser libre.
Pensar es un derecho.
Y en este tiempo de distracciones globales, pensar es también un acto de rebeldía que nos permite generar las condiciones para «…ser artifice de nuestro propio destino».
Lic. en Historia Faustino Duarte
