Un joven de 20 años, identificado como Ángel Armando Valdovinos, emprendió una de las travesías más desafiantes de su vida: caminó desde su hogar, ubicado en el barrio 25 de Mayo —entre Paraguay y Brasil, en Clorinda— hasta la Basílica de Caacupé, sumándose a los miles de peregrinos que año tras año demuestran su devoción a la Virgen.
Ángel inició su recorrido el sábado 6 de diciembre, a las 8 de la mañana, con la intención de llegar a pie hasta el principal centro de fe mariana del Paraguay. Su relato en primera persona refleja no solo el esfuerzo físico extremo, sino también la fortaleza espiritual que lo sostuvo durante más de 30 horas de caminata.
“A veces los sueños empiezan como una locura. El mío también. Con el estado físico que tenía, cualquiera hubiera dicho que era imposible. Pero aun así me animé, porque algo adentro mío decía que tenía que intentarlo”, contó el joven.
El viaje comenzó acompañado de un amigo que, antes de iniciar realmente el trayecto, decidió no continuar. “Entendí que ese camino iba a ser mío, solo mío. Respiré hondo y avancé”, recordó.
Su paso por Falcón y luego por el puente Héroes del Chaco marcó los primeros momentos duros. El dolor en los pies lo hacía dudar, pero al ver Asunción a lo lejos, la emoción lo desbordó: “No era tristeza, era sorpresa de ver hasta dónde había llegado”.
Un gesto solidario también marcó su ruta. Un hombre lo orientó hacia Areguá y le ofreció un plato de comida, gesto que —según Ángel— le devolvió energías cuando más lo necesitaba. Sin embargo, la verdadera prueba lo esperaba en Luque, donde sus pies comenzaron a resentirse gravemente. “La piel abierta, las ampollas reventadas… cada paso dolía como caminar sobre fuego”, relató.
Agotado, confundido y sin rumbo —luego de descubrir que el lugar donde debía quedarse ya no existía— continuó hacia Ypacaraí, donde durmió un breve rato detrás de un grupo de policías en el peaje.
El 7 de diciembre, bajo un sol que él describió como “hermoso pero implacable”, vivió la parte más difícil de su travesía. El dolor lo llevó a un hospital donde una doctora le recomendó detenerse. “Eso me destruyó. Estaba a 12 km de Caacupé”, confesó.
Pero su determinación fue más fuerte. Vendado y casi sin poder caminar, decidió seguir. Las ampollas continuaban abriéndose, obligándolo a parar en cada puesto de salud. Hasta que, finalmente, vio la basílica.
A solo 1,5 kilómetros del final, una nueva lesión casi lo deja fuera. Le aconsejaron tomar un colectivo, pero él se negó: “Ya había caminado más de 80 km. No iba a rendirme ahí”.
A las 11:30 del mismo día, Ángel llegó por fin a la Basílica de Caacupé. Exhausto, quebrado emocionalmente, pero lleno de orgullo, se presentó ante la Virgen. Luego fue atendido nuevamente: tenía unas quince ampollas reventadas.
“Entendí que no importa cuántas veces uno caiga, ni cuánto duela: cuando hay fe, cuando hay corazón, el cuerpo obedece. Con fe, todo se puede”, expresó el joven al culminar su impresionante travesía.
Su historia se suma a la de miles de peregrinos que este año caminaron movidos por la fe, demostrando que la devoción puede convertir lo imposible en realidad.
