Alberto Jorratti es de Tucumán, tiene 57 años y una fuerza de superación invaluable. Como no llega a fin de mes con la pensión por discapacidad, decidió improvisar una parrilla en la puerta de su casa para tener un ingreso extra. “No me doy por vencido”, expresó a TN.
No importa si llueve o hay sol; tampoco si es temprano en la mañana o las ocho de la noche. Con mucha resiliencia, Alberto Salomón Jorratti monta cada día una parrilla improvisada en la vereda de su casa y vende tortillas caseras, típicas de Tucumán, para poder sobrevivir.
El hombre tiene 57 años, es diabético y hace tres años le amputaron una pierna luego de un accidente que sufrió mientras hacía unas changas por el barrio. Desde ese momento, no consigue un empleo formal y busca la manera de ganarse unos pesos para, al menos, comprarse la comida diaria.
“Trato de no aflojar. Hay que subsistir el día a día. No me doy por vencido, no me puedo dar por vencido”, expresó en diálogo con TN.
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Alberto vive en el barrio Alderetes, a unos seis kilómetros de la capital tucumana, junto a su hija de 33 años y su nietita de 5. Ellas son su soporte, las que lo motivan a seguir: “Siempre con perseverancia, con ganas de trabajar”.
“Es muy complicado para mí para vender, porque entiendo que es complicado para comprar también. La situación económica no está bien. Acá en la zona somos toda gente humilde, que trabaja en la cosecha de limones, de albañiles, muy escasos recursos. Entonces muchas veces quienes deciden gastar una tortilla lo piensan dos veces”, contó.
Las esquirlas de la pandemia, las changas y un accidente que cambió su vida
Jorratti trabajó 22 años en una fábrica cerca de su casa. Al igual que muchas pymes, esta cerró durante la primera etapa de la pandemia.
Al poco tiempo, empezó como vendedor ambulante de productos y artefactos de limpieza. No le iba mal, pero no era el mismo ingreso y necesitaba pasar muchas horas trabajando. Un día, ya en 2021, regresaba de su jornada y pisó un clavo: “Yo no sabía, pero algunos diabéticos tenemos insensibilidad en los pies. Yo no sentía dolor ni molestias hasta que me di cuenta de lo que tenía”.
“Al día siguiente, fui al médico y me hicieron curaciones, pero no fueron suficientes. A la semana me tuvieron que derivar a un centro de salud y cuando me vieron, me dijeron que tenía una infección muy tomada”, contó. En ese momento, los especialistas decidieron amputarle dos dedos porque estaban comprometidos. Sin embargo, cuando empezaron la intervención se dieron cuenta de que la situación era más complicada y tuvieron que cortar hasta la rodilla.
Una vez que se recuperó de la cirugía, comenzó a movilizarse con silla de ruedas y decidió volver a rebuscársela. “No dejé de trabajar nunca, necesitamos el dinero. Tuve la suerte de que mi hija me pudiera acompañar, no me desampara y está siempre atenta”, destacó.
Alberto recordó varias malas experiencias que tuvo su hija durante esa época: “Hay mucha picardía criolla. Salen publicaciones en el diario o en las redes para contratar personal de limpieza para una casa y te toman una prueba. Vos trabajás diez días y cuando se cumplió ese período, te dicen que no quedaste, pero tampoco te pagan porque ‘supuestamente es una prueba’ y vos trabajaste gratis. Se aprovechan de la necesidad de la gente”, apuntó.
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En ese sentido, señaló: “La situación en la que estoy (en silla de ruedas) me resulta difícil para conseguir trabajo, porque no me toman así, por eso emprendemos”.
Rebusques para subsistir
Empezaron con sandwiches de milanesa, después pusieron un kiosco, pero no vendían y la frustración no tardó en llegar. Sin embargo, no bajaron los brazos. Con una hamaca vieja de su nieta, Alberto improvisó una parrilla para hacer tortillas.
“Estamos con esto hace un año y medio. A veces se vende bien, a veces no. Desde el verano que veníamos bastante mal. Hacíamos cinco tortillas, vendíamos dos y con la poca diferencia que nos quedaba tratamos de subsistir”, detalló Alberto. Cuando sobra un poco, su hija prepara algunas cosas dulces, como pastafrola o budines, para agregar a la venta.
Entre las pocas ventas y la compleja situación económica del país, los Jorratti se la rebuscan: “Varias veces no llegamos a pagar la luz y hemos tenido que hablar para que nos den prórrogas y pagar en cuotas. Lo más duro es no llegar a comprar el alimento diario”.
“En el día a día, compramos $200 de tomate, un cuarto de fideos, porque acá se puede pedir fraccionado. Compramos lo que llegamos. Alguna vez, cuando quedaba un restito, compraba dos panes para acompañar la comida y eso era un lujo para mí”, expresó.
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Si bien, cobra una pensión por discapacidad, indicó que la cifra es menor que el haber mínimo: “Con eso no llego al 10 de cada mes. Está todo muy caro. Este mes nos vinieron $12.000 de luz en una casa chiquita, es una locura. A veces compramos garrafa, pero no siempre llegamos, no te dan los márgenes para pagar todo”.
En los últimos días, se viralizó un video suyo contando su historia y se acercaron algunas personas a donar: “Con la colaboración, mi hija fue a comprar carbón, harina y grasa para hacer la masa y nos permite estar un poquito mejor”. “Estamos muy agradecidos con eso. Yo me despierto todos los días y doy gracias a Dios por la salud y para que me dé fe, porque hay que salir adelante día a día con esfuerzo”, cerró. Para cualquier donación, el alias para transferir es keichu200518.