Ezequiel es argentino y Luciana es brasileña. Se conocieron cuando eran adolescentes y, tras cuatro años separados, el universo conspiró a su favor: “Tenemos una vida maravillosa”.
La historia de Luciana y Ezequiel es el fiel reflejo de cómo el destino teje sus propios hilos, entrelazando caminos que parecían perdidos. En ellos, el capricho de lo incierto les jugó una buena pasada: lograron reencontrarse tras cuatro años separados y crearon un sueño conjunto en las paradisíacas tierras de Ilha Grande de Brasil.
“Eramos jovencitos, estábamos descubriendo el mundo”, recordó Luciana a TN. Ella, nacida en San Pablo, lo conoció cuando él, argentino, viajó a Brasil para visitar a su padre, quien había montado un negocio frente al de la mamá de Luciana.
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Se hicieron muy amigos en poco tiempo y aquel vínculo duró un año, hasta que se dieron cuenta de que estaban enamorados. “Estuvimos cinco años de novios, hasta que rompimos la relación. Él se fue a Italia a vivir y trabajar con su abuelo. Yo me quedé en San Pablo haciendo mi vida, estudiando Comercio Exterior”, contó Luciana.
El reencuentro fue un golpe suave pero certero. A pesar de los años y los kilómetros que los separaron, el vínculo entre ellos permaneció intacto. “Nos reencontramos en San Pablo, cuatro años después, cuando él vino a nuevamente a visitar a su papá”, narró Luciana. Aunque en ese momento ambos tenían otras relaciones, el amor que sentían era innegable.
“A pesar de no vernos seguíamos en contacto por correo electrónico. Manteníamos una amistad, un cariño, un respeto. Cuando nos encontramos fue como si nunca hubiéramos estado separados. Pero yo tenía novio. Ahí me di cuenta de que lo amaba y terminé la relación. No pensaba en volver con Ezequiel, no nos veía juntos porque él tenía su vida en Europa”, relató.
Al poco tiempo, cuando él se enteró de que ella se había separado, le propuso encontrarse en Buenos Aires. “Teníamos a nuestra prima Adriana que estaba yéndose de vacaciones y nos pidió que le cuidáramos el departamento. Cuando regresó con su pareja nos mostró fotos de unas playas increíbles en Brasil que no conocíamos”, sostuvo Luciana.
Como en esa época no había posnet y la conexión a Internet en la posada no era buena, Adriana, que no contaba con efectivo, no pudo pagar. Sin embargo, se comprometió con el dueño a enviarle el dinero a través de la pareja, que aún no había regresado a Brasil.
“Pasó mucho tiempo y, entre charla y charla, nos hicimos amigos con el dueño. Hasta que un día le mandamos el dinero y nos pidió que fuésemos a conocer la posada”, indicó Ezequiel.
De cancelar una deuda a quedarse a vivir en la isla
Luciana y Ezequiel no tenían recursos para comprar la pousada Lagamar, ubicada en Praia Vermelha. El dueño, sin embargo, apostó por ellos porque confió en que los nuevos dueños cuidarían su lugar como él. Les ofreció que probaran tres meses y luego un contrato de alquiler, con la opción de ir comprando el lugar de a poco.
“Tardamos un poco para venir porque yo estaba con mi carrera, en ascenso, y sabía que si cruzaba el mar empezaba una nueva vida. Decidí salir de la empresa en la que estaba, abierta a nuevas cosas, y cuando llegamos a la posada nos enamoramos del lugar”, recordó Luciana, que en 2016 dio a luz a Luca y, un año y ocho meses después, a las gemelas Luna y Liz.
La valentía y determinación los llevó a apostar por este nuevo comienzo. Vendieron su departamento, su auto e invirtieron todo el dinero en la compra de la posada. Luego surgió la posibilidad de adquirir otras dos (Dolce Vita y Crusoe), sitios en donde temporada tras temporada reciben a turistas de todo el mundo.
Con el apoyo de sus familias, especialmente de sus madres (Isabel -mamá de Luciana- y Sonia -mamá de Ezequiel), quienes encontraron su propio lugar en este idílico escenario, la pareja enfrentó los desafíos con entereza y gratitud. “Lo más difícil fue la pandemia”, confesó Luciana, destacando la importancia del apoyo mutuo en momentos de adversidad.
La mamá de Ezequiel trabaja en la pizzería ubicada en la playa de la posada Lagamar. Junto a ella está Sonia, hermana del argentino, que también se encarga de las finanzas del lugar. En la posada Dolce Vita, el control lo lleva la mamá de Luciana.
“Estar casado con una brasileña es fantástico, hasta que empieza un partido de fútbol”, bromeó Ezequiel, refiriéndose al inevitable choque de pasiones futbolísticas en el hogar.
A través de su historia, Luciana y Ezequiel nos recuerdan que el amor verdadero trasciende fronteras y desafía las distancias. En Ilha Grande no solo encontraron un hogar sino también un refugio donde el universo conspiró a su favor, tejiendo los hilos de su destino para unirlos una vez más en un abrazo eterno.
“El universo conspiró para que volviéramos a estar juntos, con una vida mejor. Tenemos ese sentimiento de gratitud, porque la vida nos regaló todo eso. Sí nos esforzamos mucho y trabajamos un montón, porque hasta hoy seguimos estamos presentes en todo, pero con la sensación de agradecimiento por la vida maravillosa que tenemos”, completó Luciana.