miércoles, 12 febrero, 2025
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Denuncian aprietes, detenciones, inspecciones e incidentes en operativo sanitario en el oeste

A través de un posteo en redes sociales, el Licenciado en enfermería, José A. Boggiano, contó la situación que le tocó vivir en el oeste de la provincia. En una de las tantas historias que podrían llenar las páginas de un guión cinematográfico, un equipo de voluntarios se adentró en la comunidad wichí de «Pocitos», un pequeño poblado golpeado por la negligencia y la falta de atención del gobierno provincial de Formosa, encabezado por el Gobernador Gildo Insfrán. En una noche oscura, mientras realizaban un operativo de asistencia humanitaria, lo que encontraron fue un testimonio palpable de abandono y desesperación, en contraste con las promesas políticas de bienestar que nunca llegaron a estas comunidades.
Al llegar al asentamiento, la situación fue aterradora. La oscuridad de la noche ocultaba el sufrimiento de los habitantes de «Pocitos». Al bajarse de la camioneta, el grupo comenzó a escuchar ruidos provenientes de los arbustos que rodeaban la comunidad. Al encender una luz, la escena que se desplegó fue escalofriante.
Mujeres con vestidos harapientos y niños/as desnudos salieron de entre la maleza, caminando lentamente hacia los voluntarios. En sus ojos no solo se reflejaba la miseria, sino también el hambre insostenible que padecían.
Marcela D´Addona, parte del equipo, entregó una bolsa de caramelos que los voluntarios empezaron a repartir junto a Roberto Korenhof. Lo que ocurrió a continuación dejó una marca indeleble en sus corazones: los niños no solo arrancaban los caramelos de las manos de los voluntarios, sino que los devoraban sin quitarles el papel. No era ignorancia sobre cómo desenvuelven un caramelo, era pura necesidad, un hambre tan feroz que no dejaba espacio para la decencia en la ingesta.
La asistencia sanitaria comenzó inmediatamente, pero las condiciones de los habitantes de «Pocitos» eran mucho peores de lo que se podía imaginar. El estado de salud de la comunidad era crítico, con pocos recursos y una infraestructura básica nula, que obligó al equipo a hacer lo imposible para atender a todos los residentes de la comunidad. La angustia ante lo visto dejó un silencio profundo en el trayecto de regreso a Ingeniero Juárez, donde el equipo tenía su base.
Esa misma noche, la noticia del hallazgo de estas condiciones extremas había llegado a las autoridades, y muy pronto, se hicieron presentes con intenciones que distaban mucho de ser solidarias.
A la mañana siguiente, a las 7:00 AM, tres vehículos llegaron al lugar donde el equipo dormía. Una comitiva liderada por un abogado del Ministerio de Desarrollo Humano se presentó, exigiendo que los voluntarios abandonaran el lugar de inmediato, ya que no tenían «permiso» para realizar tareas asistenciales. Mientras tanto, otra funcionaria, que se identificó como farmacéutica, pidió inspeccionar la farmacia del equipo sin ofrecer explicación alguna sobre los motivos de su intervención.
El entonces director del Hospital de Ingeniero Juárez, quien en poco tiempo abandonaría su cargo, pidió al voluntario que lo acompañara en su vehículo. Sin embargo, en lugar de dirigirse al hospital, el voluntario terminó en la comisaría, donde fue incomunicado por varias horas, sin recibir ninguna explicación ni orden judicial que justificara su detención. La asistencia humanitaria había sido transformada en un operativo gubernamental donde los derechos humanos brillaban por su ausencia.
La presión ejercida por los líderes wichí, el equipo de terreno de ENASHU y un periodista alemán que acompañaba al grupo logró finalmente la liberación del voluntario, aunque sin que se le dirigiera una sola palabra. Esta experiencia solo muestra una de las muchas caras del abandono estatal en Formosa, una provincia que hoy sigue negando la realidad de su población más vulnerable.
Lo que muchos aún no entienden es que en medio de esta pandemia global, donde la crisis sanitaria debería ser una prioridad, el gobierno de Formosa continúa ocultando la magnitud de la emergencia. A pesar de la escasa cobertura mediática y los esfuerzos por minimizar la gravedad de la situación, los testimonios de aquellos que presencian la verdadera realidad de las comunidades más afectadas no dejan lugar a dudas: Formosa sigue siendo un lugar donde los derechos humanos se ven pisoteados a diario, y la desidia política persiste como una sombra sobre los más necesitados.

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