sábado, 19 abril, 2025
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La rebelión de los mandriles y los que comenzaron a ver: un análisis multidimensional del paro en Formosa

El paro convocado por la Confederación General del Trabajo (CGT) en Formosa, Argentina, constituye un fenómeno que trasciende la mera interrupción de actividades laborales para erigirse como un acontecimiento político, social y comunicacional de profundo calado.
En un contexto de creciente desencanto con las políticas implementadas por el gobierno de Javier Gerardo Milei, este evento revela las tensiones estructurales entre el Ejecutivo nacional, las provincias, los trabajadores y sus representaciones sindicales.
Sin embargo, un análisis riguroso permite advertir que, en el caso formoseño, la contundencia de la medida de fuerza se vio menoscabada por falencias organizativas y estratégicas de los líderes sindicales, tanto de la CGT como de los gremios estatales.
Esta descoordinación, sumada a la ambivalencia de ciertos sectores como los judiciales, pone en cuestión la capacidad de articulación de las fuerzas obreras frente a un modelo económico que, lejos de cumplir las promesas libertarias de Milei, ha profundizado la precariedad de amplios segmentos sociales.

La erosión del encantamiento y la radicalización del rechazo

Las políticas económicas de Milei, caracterizadas por una austeridad fiscal extrema y una desregulación que privilegia a los sectores concentrados de la economía, han comenzado a fracturar la base de apoyo que lo llevó al poder. Aquellos votantes que, seducidos por un discurso antiestablishment, confiaron en su propuesta de “libertad económica”, enfrentan hoy una realidad de pérdida abrupta del poder adquisitivo, recesión inducida y un horizonte de desigualdad estructural que desmiente las expectativas de movilidad social ascendente.
Paralelamente, quienes desde el inicio se opusieron a su proyecto político encuentran en estas medidas una confirmación de sus temores, radicalizando su rechazo hacia un gobierno percibido como ajeno a las necesidades de las mayorías.
En Formosa, esta dinámica se agrava por el impacto de la reducción de transferencias a provincias y municipios, lo que limita severamente la capacidad de respuesta del Estado local frente a las demandas salariales y sociales.

La organización del paro en Formosa: una oportunidad desaprovechada

En el caso particular de Formosa, el paro de la CGT podría haber alcanzado una resonancia histórica de no ser por la falta de una estrategia comunicacional y organizativa previa por parte de los dirigentes sindicales.
La ausencia de una postura clara y anticipada de adhesión generó confusión entre los trabajadores, muchos de los cuales, ante la incertidumbre, optaron por concurrir a sus lugares de trabajo.
Este déficit de liderazgo resulta particularmente incomprensible en un contexto de aguda presión económica sobre los asalariados, donde la medida de fuerza se presentaba como un instrumento idóneo para visibilizar el malestar colectivo.
Más aún, la inacción de los gremios judiciales, que históricamente han reclamado mejoras salariales, plantea un interrogante ético y político: ¿qué buscan estos sectores al abstenerse de participar en un momento en que la política de asfixia financiera a las provincias compromete directamente la posibilidad de incrementos remunerativos?
La falta de cohesión sindical en Formosa evidencia una fragmentación que debilita la capacidad de resistencia frente a un modelo que, en su esencia, busca disciplinar a la fuerza laboral.
Esta inacción sindical, sobre todo en el ámbito de los empleados estatales, se expresa también en la falta de llamado a elecciones de delegados en las distintas áreas, lo que refleja una preocupante parálisis democrática interna que menoscaba la representatividad y la legitimidad de las estructuras gremiales.
En el sector mercantil, la situación no es menos alarmante.
Este ámbito requiere una revisión urgente, no con el propósito de desmantelar derechos adquiridos, sino de protegerlos frente a las prácticas históricas de precarización impulsadas por los grandes supermercados.
Estas empresas han convertido el miedo y la amenaza de despido en armas disuasorias que inhiben la adhesión de los trabajadores a las huelgas, perpetuando un ciclo de sumisión laboral que contradice los principios básicos de dignidad y justicia social.

Desmontando los argumentos de la administración Milei

La respuesta del gobierno nacional al paro ha sido previsible: calificarlo de “político” como si ello constituyera una descalificación.
Sin embargo, esta caracterización carece de sustento analítico.
Toda huelga, en tanto expresión colectiva del desacuerdo de los trabajadores con las condiciones impuestas por el poder económico y político, es intrínsecamente política.
Lejos de ser un acto meramente partidario, el paro encarna una forma legítima y constitucional de incidir en la gestión gubernamental, consagrada en el artículo 14 bis de la Carta Magna argentina.
La distinción entre lo político y lo partidario es crucial: mientras lo primero refiere a la defensa de intereses de clase y al ejercicio de derechos fundamentales, lo segundo implica una alineación explícita con una fuerza electoral, algo que no se verifica en este caso.
Otro argumento recurrente del oficialismo es la descalificación de los dirigentes sindicales, tildándolos de “chorros” (ladrones) sin presentar pruebas fehacientes.
Esta estrategia retórica, que apela a la desconfianza popular hacia las elites, se desmorona ante el espejo de la propia administración.
¿Cómo justifican figuras como Luis Caputo, ministro de Economía, su nivel de vida y su trayectoria en circuitos financieros internacionales que han beneficiado históricamente a los sectores más privilegiados?
Si el gobierno exige transparencia a los sindicatos, debe someterse al mismo escrutinio, demostrando en los tribunales -y no en declaraciones mediáticas- la legitimidad de sus propias credenciales éticas.
Finalmente, la administración Milei sostiene que las medidas actuales son un sacrificio necesario para una recuperación a largo plazo. Este discurso, impregnado de un cinismo estructural, ignora las consecuencias inmediatas de una recesión económica autogenerada: la pulverización del poder adquisitivo, que en algunos sectores supera el 50% desde el inicio de su gestión, y la desaparición progresiva de la clase media como amortiguador social.
Para los jubilados, en particular, la promesa de una mejora en “décadas” resulta no solo inviable, sino insultante, dado que su subsistencia depende de soluciones urgentes y no de especulaciones futuristas.

El núcleo de la discusión: un modelo de país en disputa

El paro de la CGT en Formosa pone de manifiesto una contradicción irresoluble en el proyecto de Milei: la pretensión de construir una economía “libre” que, en la práctica, consolida una estructura de castas donde un núcleo rico coexiste con una mayoría empobrecida.
La pérdida del poder adquisitivo no es un efecto colateral, sino el eje de un plan que apuesta a la desarticulación del tejido social argentino.
En este sentido, la rebelión de los “mandriles” -metáfora de quienes se resisten al sometimiento- y de “los que la comenzaron a ver” -aquellos desencantados que despiertan al engaño- trasciende lo coyuntural para convertirse en un grito de alerta sobre el destino de la nación.
Formosa, con sus particularidades, refleja esta lucha en miniatura: un territorio donde la desidia sindical y la presión económica convergen para desafiar a los trabajadores a repensar sus estrategias de resistencia.

Hacia una reforma laboral equilibrada: ni ventaja ni esclavitud

Un análisis exhaustivo del contexto formoseño y nacional impone la necesidad de abordar el debate sobre una eventual reforma laboral, propuesta recurrente en la agenda de Milei.
Dicha reforma, para ser legítima, debe contemplar en plenitud las necesidades tanto de los empleados como de los empleadores, evitando otorgar ventajas desproporcionadas a uno sobre el otro.
Sin embargo, las declaraciones públicas del presidente, quien ha afirmado que “la esclavitud la regula el mercado”, revelan una visión inquietante que idealiza un retorno a condiciones de explotación extrema bajo el pretexto de la libre competencia.
Esta perspectiva no solo es incompatible con los principios de justicia social y los derechos laborales consagrados en el ordenamiento jurídico argentino, sino que amenaza con reinstaurar formas de subordinación que la historia ha demostrado insostenibles. Una reforma laboral genuina debería priorizar la protección de los trabajadores -evitando la precarización sistémica observada en sectores como el mercantil- mientras fomenta un marco de estabilidad y productividad para las empresas, sin caer en la falacia de que el mercado, por sí solo, puede garantizar equidad.
En conclusión, el paro en Formosa, pese a sus limitaciones, revela la fragilidad de un modelo que, al priorizar la ortodoxia económica sobre la justicia social, siembra las semillas de su propio descrédito.
La tarea pendiente recae en las organizaciones obreras: articular una oposición que, superando las fisuras internas, logre traducir el malestar difuso en una fuerza transformadora capaz de disputar el rumbo del país.
Solo así, los mandriles y los que la ven podrán torcer el curso de una historia que, por ahora, parece escrita en favor de unos pocos.

Lic. Esp. Raúl Ayala

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