viernes, 8 agosto, 2025
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San Cayetano vuelve a ser la trinchera de los humildes (Por Lic. Faustino Duarte)

Este 7 de agosto, una vez más, el pueblo argentino se congregó en todo el territorio nacional, en cada capilla, parroquia y oratorio consagrado a San Cayetano. No fueron solo los pasos de la fe los que empedraron calles y caminos, sino también los pasos de la esperanza, la angustia y la resistencia.

San Cayetano, patrono del pan y del trabajo, volvió a convocar una multitud, y lo hizo en el contexto de una Argentina herida por un modelo económico que desprecia al trabajador, persigue al pobre, y sueña con una patria sin Estado, sin justicia social y sin derechos laborales.

No es casual que, en este tiempo oscuro, los santuarios hayan vuelto a desbordarse de gente. Porque cuando el pan escasea y el trabajo se vuelve privilegio de unos pocos, el pueblo encuentra en su fe popular la fuerza para resistir. San Cayetano es más que una devoción religiosa: es una expresión espiritual del clamor colectivo por una vida digna.

Y en ese reclamo, late el espíritu profundo del peronismo. “Donde hay una necesidad, nace un derecho”, decía Evita. Y el derecho al trabajo no es negociable. El general Perón lo expresó sin ambigüedades: “La verdadera democracia es aquella donde el gobierno hace lo que el pueblo quiere y defiende un solo interés: el del pueblo”. Y agregó: “Gobernar es dar trabajo”.

Pero ese mandato, que fue faro y promesa de justicia social, fue olvidado por aquellos que, llamándose peronistas, gobernaron sin volver a mirar a los más humildes. Los olvidaron. Desatendieron la economía popular. Permitieron que el capital financiero se impusiera sobre la producción nacional. Y abrieron así las puertas a los profetas del odio: primero Macri, y ahora Milei.

Javier Milei no solo desprecia al Estado. Desprecia el trabajo. Lo ve como un costo a eliminar. Sueña con un país sin sindicatos, sin convenios colectivos, sin salario mínimo. Un país de individuos arrojados al sálvese quien pueda. Bajo su modelo, el trabajador no es sujeto de derechos, sino una mercancía que se vende al mejor postor, o se desecha. ¿Qué país quiere Milei? Uno donde los planes sociales se cancelan, pero no hay empleo genuino. Donde los derechos laborales son “privilegios castas”. Donde los pobres, despojados del auxilio estatal, son dejados a su suerte en la jungla del mercado.

El resultado está a la vista. Según datos del Observatorio de la Deuda Social de la UCA, en el primer semestre de 2024, la pobreza superó el 55 %. La indigencia, el 17 %. Y la informalidad laboral ronda el 45 %. Las changas no alcanzan, los comedores populares están desbordados, y los jóvenes migran o se resignan. La destrucción del poder adquisitivo, provocada por la devaluación del 118 % en diciembre y el ajuste brutal, dejó sin pan ni trabajo a millones. En nombre de la “libertad”, Milei propicia una Argentina con más explotación, menos derechos y un Estado ausente. S

u modelo no es liberal: es cruel. Propone una modernidad sin humanidad. Una economía sin pueblo. Un futuro sin destino. Frente a esa ofensiva, San Cayetano se convierte en símbolo de una resistencia profunda. Como lo fue durante la dictadura, como lo fue en los años 90. Porque el pueblo sabe que sin trabajo no hay dignidad, no hay comunidad, no hay Nación.  

Hoy la historia exige recordarlo con fuerza. El peronismo nació para dignificar al trabajador, no para rendirse ante el capital financiero ni para compartir la mesa con los que siempre pisotearon al pueblo. La alianza entre el capital y el trabajo que Perón soñó necesita un Estado que garantice la justicia social. No puede haber armonía en medio del hambre.

Este 7 de agosto no fue solo una muestra de fe. Fue una advertencia. Una declaración popular. Una marcha silenciosa, pero poderosa, que grita: el pueblo no se resigna. Que exige que se respete el pan. Que reclama trabajo digno. Y que denuncia, con la fuerza de lo espiritual y lo colectivo, que este gobierno lleva al país al abismo.

Milei odia el trabajo porque desprecia al que trabaja. Y por eso San Cayetano, una vez más, se convirtió en el santo de los olvidados, en la voz del subsuelo de la patria, en la trinchera donde la fe y la justicia social caminan juntas.

La historia juzgará. Pero el pueblo no olvida. Porque cuando todo se derrumba, es la fe en el trabajo y en la comunidad organizada lo que sostiene a esta Nación.

Lic. Faustino Duarte

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